Wednesday, July 20, 2016

SOL@S EN LA ERA DE LA HIPERCONECTIVIDAD por Mª Ángeles López Romero

HOR116 - MARSELLA (FRANCIA), 1/7/2015.- Un hombre habla por teléfono hoy, miércoles 1 de julio de 2015, sentado frente a una playa del Mediterraneo en Marsella (Francia). La Agencia Nacional Metereológica Francesa (METEO FRANCE) anunció la llegada de una ola de calor en Francia en los días que vienen. EFE/ GUILLAUME HORCAJUELO

Soledad. Un sentimiento. Una percepción emocional. Que puede tener razones objetivas (estar físicamente solo) o experimentarse rodeado de otras personas, con familia, compañeros de trabajo, vecinos, amigos reales o contabilizados por miles en las redes sociales. ¿Estamos tan solos como creemos? Y si lo estamos, ¿por qué y cómo resolverlo?
Una de las marcas de nuestro tiempo tal vez sea la desazón que experimentan los individuos en contextos cada vez más complejos en los que no escasean las experiencias de soledad. Fromm en su teoría de la alienación y Riessman con su ‘muchedumbre solitaria’ insisten en cómo el hombre actual llega a vivenciar, aun estando rodeado de gente, la desasosegadora experiencia de la soledad”. Son palabras de Juan Sánchez Porras, psicólogo, pedagogo y actual presidente de la Asociación Internacional del Teléfono de la Esperanza (ASITES). Y sabe de lo que habla porque en el Teléfono de la Esperanza reconocen que la soledad es en estos momentos la principal causa de llamadas.
Para Marisa Magaña, directora del Centro de Escucha San Camilo, en Tres Cantos (Madrid), se está acrecentando el sentimiento de soledad, que “se vive como una condena”. Y advierte que quien más solo se siente es quien se resiste a estar solo. “Quien lo asimila como parte de la vida y de la condición humana y busca recursos, lo compagina bastante bien”.
Y es que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), aumentan en España los hogares compuestos por una sola persona, que alcanzan ya el 24,8%. Algo más de cuatro millones y medio de hogares unipersonales, de los que una cuarta parte están ocupados por mujeres viudas mayores de 65 años. Claro que no todos sus ocupantes tienen por qué sentirse solos.
Como explica Juan Sánchez, “hablamos de la soledad no elegida, en la que sentirse solo nada tiene que ver con estar solo, significa más bien ausencia de relaciones mínimamente satisfactorias, la vivencia de pasar desapercibido, de no contar para nadie… convirtiéndose en una ausencia real o percibida de relaciones sociales satisfactorias y desadaptación”.
Naturalmente, como detalla el presidente de ASITES, hay factores que favorecen esa dolorosa experiencia, como la viudez y las separaciones afectivas, entre ellas el divorcio; o estados sociales como la jubilación o el paro. “En este último caso, cuando esta circunstancia se cronifica y se pierde la esperanza de encontrar empleo, puede aparecer, junto a esa tendencia al aislamiento, el sentimiento de culpa”. Sánchez añade a esta lista “la soledad del emigrante que no se siente acogido, del trabajador que se siente instrumentalizado, del anciano que se hace consciente, aunque sea en la penumbra de sus sombras, de las numerosas pérdidas a las que tiene que hacer frente”. Y, en la actualidad, “muchas personas que se aíslan refugiándose permanentemente en internet, con lo que las relaciones sociales, los contactos interpersonales se hacen cada vez más superficiales”. Magaña lo confirma: “Las redes nos envuelven en una soledad que nos consume. Ya no hace falta hacer esfuerzos, arreglarse para salir, verse las caras (algo que genera empatía) para comunicarse. Puedo fingir, comunicarme desde casa. Y eso hace que me acomode y me aísle del mundo. Pero el cara a cara no se puede sustituir”.
Algo que tiene que ver con los usos y costumbres de la que el doctor en Ciencias Políticas y Sociología Juan María González-Anleo ha denominado en su más reciente libro la generación selfie (PPC).
Generación selfie. “Mira, yo conozco a personas que tienen 1.160 amigos en Facebook, 3.000 seguidores en Instagram... y están más solos que la una. Además se dedican a eso el día entero. Cuando escribí el libro pensaba que esto era un problema. Ahora veo que es una droga. Hay gente que se pasa horas y horas gestionando su selfie (me refiero a su imagen en las redes sociales). Y tiene un doble efecto. Por un lado ven que su vida está tan vacía como antes y tan sin nadie; entonces lo que hacen es invertir más tiempo. Con lo que se aíslan más”, avanza Anleo.
Para el profesor universitario experto en juventud, este proceso de aislamiento vinculado al uso de las redes y la manera en que nos relacionamos con ella no atañe sólo a los más jóvenes, sino que es general. Preguntado si las nuevas generaciones tendrán que lidiar más con la soledad por el efecto selfie, González-Anleo sostiene que la soledad es como la pobreza: la percepción es subjetiva. “Tú crees que la gente está rodeada de amigos constantemente, de buenos amigos con los que divertirse, hacer cosas, porque llenan las pantallas y los anuncios, y sin embargo ves que tu vida no es así. Pero es falso. Y eso te lleva a la espiral de las redes sociales. Que te crea obligaciones y una obsesión por estar siempre conectado para responder a todo, que se vuelve más fuerte cuanto más solo estás”.
Es lo que la psicóloga, profesora de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Ángeles Rubio Gil, define como ‘la soledad de las pantallas” –todos atentos a su móvil, su ordenador o su programa, sin atender las necesidades del resto–, o bien otras que han existido siempre a las que ahora ponemos nombre, como por ejemplo el bullying, el moobing –acoso escolar y laboral respectivamente–”.
A esto hay que añadirle un dato que recoge Juan María González-Anleo en su libro: que los jóvenes se centran cada vez más en su núcleo duro, que son su familia y sus amigos íntimos. El sociógo ve ahí una paradoja curiosa: la necesidad de alimentar una enorme red social combinada con una gran desconfianza y alejamiento de los demás. Desconfianza e individualismo que, sumados a la poca fidelidad y la falta de cultura asociativa, serían ingredientes perfectos para alimentar la soledad. Pero tiene también otras consecuencias a nivel social.


La falta de un ‘nosotros’. Como explica González-Anleo, “la sociedad nunca se ha articulado en base a un ‘yo’, siempre se articula en base a un ‘nosotros’. Si no existe un ‘nosotros’ básicamente existe lo que se ha llamado la balcanización de la sociedad. Y eso trae muchísimas consecuencias. Para empezar, la absoluta manipulación política. En el momento en que el individuo está solo o solo con su pequeño grupito, es perfectamente manipulable”.
A esto se añade que, a juicio del autor de Generación selfie, “lo que no consiguieron los regímenes totalitarios, de Hitler a Stalin, destruir el grupo intermedio que actúa de filtro, la familia, para llegar con su ideología directamente al individuo, hoy se ha conseguido cuando vemos a un niño pequeño directamente delante de su tablet”. El sociólogo espera equivocarse y que su libro no tenga razón pero cree que, vista la desconfianza generalizada de los jóvenes en las instituciones, nos encaminamos al fin de las sociedades tal y como las hemos entendido hasta ahora. “Desde luego vamos a vivir en una sociedad balcanizada y tremendamente manipulada”, insiste.

¿Manera de evitarlo? “Hay que crear urgentemente un concepto de ‘nosotros’. Y eso hacerlo desde la escuela. Necesitamos urgentemente recuperar el espíritu de comunidad”, concluye con pesadumbre Juan María González-Anleo.
Estados y edades más proclives. Para Ángeles Rubio, que es autora del libro Superando la soledad (Amat Editorial), el sentimiento de la soledad es amargo porque “el hombre y la mujer son seres gregarios por naturaleza”. Convencida de que se le puede poner remedio, cree que esa amargura es precisamente la que puede movilizarnos para establecer las relaciones sociales necesarias.
Algo así le ocurrió a Jota (nombre ficticio). Un joven que no percibió la soledad hasta que se divorció. “Siempre me han protegido, toda mi vida. Cuando me separé empecé a sentirme muy solo”, cuenta Jota. Y el servicio de escucha de la madrileña parroquia de Guadalupe que dirige Ana García Orozco fue su tabla de salvación porque le ayudó a poner nombre a lo que le ocurría y a encontrar a más gente que se sentía como él.
Jota no responde al perfil más habitual de persona que se siente sola: mujer, mayor de 65 años. Pero es que los perfiles de quienes padecen la “enfermedad de la soledad” no se agotan en su retrato robot. “Existen estados y edades más proclives –reconoce Mª Ángeles Rubio–, precisamente cuando más compañía se necesita, como la adolescencia, en donde los procesos de identificación y reafirmación personal pueden hacer perder amigos que evolucionan a otra velocidad, prefieren estilos de vida diferentes, etcétera”. Rubio hace referencia también a las personas migrantes.
Es el caso del religioso Agustín Badó, de 34 años y originario de Burkhina Faso, que llegó a España para estudiar y prestar sus servicios como sacerdote. Pero, como tantos otros migrantes, se encontró con un grave problema burocrático que le tuvo sin documentación en regla, lo que facilitó su sensación de aislamiento pese a estar arropado por su comunidad. “No sabían de ese tema. Me vi solo frente a la Administración, nadie era capaz de explicarme lo que pasaba, no podía salir, viajar... Estaba apenado, me sentía perdido”.
Dos años tardó Agustín en obtener la documentación. Tiempo en que el desconocimiento inicial del idioma agravó la sensación de aislamiento y soledad.
En el caso de Jota, fue el divorcio lo que precipitó la búsqueda de ayuda. Es lo que Rubio llama “la soltería no deseada”. Pero son las personas mayores las que más expresan el sentimiento de soledad. “Cuando el cónyuge y las amistades van falleciendo, los hijos y nietos hacen ya su vida y los nuevos contactos pueden percibirnos como una carga”, recuerda Mª Ángeles Rubio. Para quien estar solos, a cualquier edad, “nos hace más vulnerables por ausencia de apoyos, por tornarnos por presa fácil de las personas malintencionadas, o encontrar mayores dificultades para integrarnos en nuevos grupos, ya que las personas solitarias suelen levantar mayores suspicacias por asociarse a perfiles personales menos conformistas, más libres, originales, como también más individualistas, a veces problemáticos o huraños. Es el efecto perverso del aislamiento social”, sostiene Rubio.

“No somos islas, el ser humano, ya lo dijo Aristóteles, es un ser social”, recuerda Juan Sánchez, para quien la soledad “depende de la calidad de las relaciones personales, no de su cantidad”.
Pero su padecimiento, más allá de las causas, trae consigo notables consecuencias. Y no sólo, como se pueda pensar a priori, psicológicas.


Problema de salud pública. “Se ha demostrado que quienes sufren la soledad no solo sufren deterioro a nivel psicológico sino también a nivel físico, incrementándose los riegos de padecer enfermedades cardiovasculares, ver afectado su sistema inmune, hipertensión, demencia, aumento del nivel de estrés, problemas de sueño. Aumenta el riesgo de mortalidad en un 26%, en comparación, por ejemplo, a la que provoca la obesidad o el tabaquismo. Es, incluso, entre otras variables, uno de los factores que más arrastran hacia la depresión y, desde ésta, hasta el suicidio”, explica Sánchez.
Rubio añade otro dato llamativo al de las enfermedades: “Así como los sentimientos amorosos favorecen la salud, por el contrario la soledad cursa con mayor prevalencia de accidentes, por ejemplo de tráfico entre los solteros”. 
Es por eso que Juan Sánchez propone que empecemos a considerar la soledad “como un problema de salud pública, que afecta tanto a mayores como a jóvenes”. Mientras eso ocurre, son en muchas ocasiones iniciativas privadas las que procuran ponerle remedio. En la mayor parte de los casos, por medio de la escucha.

“En esa situación de desesperanza en que se encuentra la persona que se siente atrapada en el túnel oscuro de la soledad, si alguien se ofrece a acompañarle a través de la escucha, captando su mundo íntimo, con un lenguaje adecuado, se convierte en una especie de brújula en la que encuentra alguna orientación para escapar de esa especie de cárcel en la que se siente atrapado”, explica Sánchez. Para ello, en el Teléfono de la Esperanza enseñan a sus voluntarios a ejercitar lo que denomina, “la destreza de la escucha empática. A partir de ahí, se intentará que la persona salga de su aislamiento tanto interno como externo. Se le ayudará a que reconozca sus propias fortalezas y se sondearán las posibilidades de ampliar sus redes familiares y sociales”.

El remedio de la escucha. En los últimos tiempos han proliferado los centros de escucha. El de San Camilo, que dirige Marisa Magaña, ha sido pionero desde que se fundara hace 20 años y ha extendido su metodología a otros 25 que se han ido abriendo con su asesoramiento en parroquias, hospitales y otras instituciones. Como explica Magaña, San Camilo no es un centro especializado en tratar la soledad, pues surge para ofrecer atención y acompañamiento a las personas que han perdido a un ser querido, pero la soledad termina apareciendo como problema añadido, sobre todo en los casos de fallecimiento de la pareja.
“La pérdida de un hijo es la más impactante. Sin embargo a lo largo del tiempo los padres que están en pareja se van apoyando el uno al otro y suelen tirar hacia adelante. Pero cuando se pierde a una pareja con la que se llevaba muy bien, la soledad complica la recuperación. Es una soledad que no te quitan la familia, ni los amigos, ni las tareas, por la complicidad que tenías. Era a quien contabas todo. Los que la sufren hablan de un vacío profundo que sienten especialmente los fines de semana y por la noche”, explica Marisa.

Los grupos de escucha, compuestos de 8 o 10 miembros, conducidos por una persona que los dinamiza e indica las pautas a seguir, favorecen que se puedan compartir las experiencias y encontrar consuelo en las vivencias comunes. “Donde no llegan los terapéutas llegan los otros dolientes que están pasando por lo mismo que tú”, percibe Magaña. Pero además ayuda mucho, a su juicio, “que te sienten delante de una persona, generalmente voluntaria, que quiere dedicarte ese tiempo a ti, que no va a emitir juicios de valor, que cree en ti y en tu forma de vivirlo y que acoge cada palabra tuya. Sentir que ‘le importa lo que a mí me pase’ palía bastante la sensación de soledad”.
Una fórmula que, dados sus buenos resultados, se esta extendiendo a otros ámbitos e instituciones como, por ejemplo, las parroquias. Es el caso de la de Guadalupe, en Madrid, donde Ana García Orozco dirige el grupo de escucha. 
“La gente llama o llega a la parroquia y pide ser escuchada, pero no suelen venir a la escucha diciendo que están solas y que por eso desean ser escuchadas. Todas plantean algún problema o dificultad (problemas de pareja, ayuda para tomar alguna decisión, personas separadas y/o divorciadas, pérdidas, duelos...). Luego la realidad, y sesión tras sesión, en algunos se ven claramente problemas de soledad y se abordan también”. Fue lo que le ocurrió a Jota, que ha sido uno de los beneficiarios de la acción terapéutica de la escucha en la parroquia de Guadalupe.

“Igual compartes lo que sientes con un compañero de trabajo, pero a los 10 minutos se aburre y bastantes problemas tiene ya. Con mi exmujer mantengo un clima de bastante compenetración, pero lógicamente cada uno tiene su vida. En la parroquia he encontrado un espacio donde ser escuchado y canalizar esa soledad positivamente”, cuenta Jota.
Agustín Badó también terminó desahogando su angustia en un grupo, pero curiosamente los integrantes eran sus compañeros en un curso de counselling, o asesoramiento psicológico. “Propuse mi caso como ejemplo. Todos se quedaron sorprendidos. Y eso les ayudó a ver lo que estaba pasando: que me sentí solo al ser extranjero y no tener ayuda. Sentirme escuchado me ayudó”, relata.

Reenganchar con la vida. En los talleres del Teléfono de la Esperanza para trabajar la soledad propician igualmente que se intercambien experiencias, que los participantes aprendan a interrelacionarse entre ellos, se les presentan herramientas que les pueden ser útiles para comunicarse con quienes les rodean... “Muchos de quienes participan en esos talleres, una vez concluidos, siguen encontrándose periódicamente porque los lazos que han establecido con sus compañeros les han abierto a un universo de relaciones personales que hasta ahora les era desconocido”, relata Juan Sánchez.
En esa línea, en el Centro de Escucha San Camilo han creado un grupo para evitar que las personas se queden aisladas en casa y agranden su sensación de soledad. Se llama, significativamente, Reenganchar con la vida. Y sus participantes, como explica Marisa Magaña, “empiezan a hacer planes juntos, visitan museos, quedan para hablar...”. Y ven resultados: “Se empiezan a sentir más animados, se lo recomiendan a otras personas, quedan entre ellos y hacen amistades bastante profundas. Es la parte de la soledad que sí se puede trabajar”.
¿Es que hay otra que no se puede? Magaña es tajante en su respuesta: “Cuando te sientes sola lo que intentas es paliarlo como sea: poniendo la tele, llamando por teléfono, dando un paseo... Nosotros les decimos que es al contrario: hay que poner la soledad sobre la mesa, ver de qué me habla esa soledad; en el caso del duelo, me habla del vínculo tan importante que tenía con esa persona, que es insustituible aunque encuentres una nueva pareja. Es darle sentido a la soledad, darle la relevancia necesaria, entenderla, aprender a convivir con ella para manejarla. Les enseñamos a distinguir entre la parte que se puede y la que no se puede minimizar”.

Establecer un plan. Para atajar aquella parte de la soledad que sí se puede minimizar, Mª Ángeles Rubio recomienda desarrollar habilidades sociales por medio de la lectura, cursos o psicoterapia y, sobre todo, no huir “sino disfrutar todas las oportunidades de conocer nuevas amistades”. También anima a establecer un plan, “que puede consistir en una serie de actividades –de ocio, reencuentro con viejas amistades, asociacionismo, etcétera–, para favorecer un cambio de vida. “Por una parte porque existen trabajos y entornos solitarios que nos privan de la vida familiar y las relaciones. Por otra, llenando nuestra vida con actividades enriquecedoras, porque el sentimiento de soledad es en ocasiones resultado del vacío o el aburrimiento”.
Rubio recomienda además lo que, según sus propias palabras, “parece obvio: la mejor forma de no estar solo es intentar no perder amistades ni seres queridos”. Aunque, recuerda, “la soledad más triste puede llegar a ser la que cursa en compañía cuando se ha perdido el cariño”.
Preocuparnos de la soledad ajena –de los que están cerca o de las personas que nos necesitan–, es otro modo de olvidar la propia, según recomienda también Rubio. Para quien el primer paso para no estar solos es, curiosamente y coincidiendo con Magaña, aprender a disfrutar de la soledad. “Porque la soledad puede ser un privilegio, es un arte que nos hace libres, nos permite reflexionar y ser más sabios. Pero es sobre todo el momento de meditar –una práctica que nos hace fuertes–. Es precisamente el desarrollo de la vida interior la mejor compañía”, concluye.
Así lo está viviendo Jota, que ha decidido enfocar sus limitaciones, angustias y temores hacia un mayor crecimiento espiritual y la parroquia está jugando un papel vital en esto. “La soledad está muy presente en mi vida. Pero ya no me lo planteo. La he aceptado. Voy madurando emocionalmente. ¿Que me gustaría encontrar a una mujer que me acompañase en la vida? Sí. He tenido mis momentos de pena, cuesta, pero es lo que toca. No lo magnifico. Hace un año y pico me di cuenta de que quizás tengo que estar así”, concluye.
Marisa Magaña también insiste en que la soledad forma parte del individuo. “Es el precio que se paga por amar y por el vínculo tan importante que establecemos con los seres humanos”. Por eso en el Teléfono de la Esperanza huyen de los consejos. “Uno de nuestros principios es confiar en la capacidad de los seres humanos para superar las crisis, desarrollar sus potencialidades y conservar la esperanza en medio de las dificultades. Por tanto, desde nuestra asociación escuchamos a las personas en crisis e intentamos ayudarles a manejar su universo emocional”.
Para Juan Sánchez es importante esto: “Ayudarles a descubrir que siempre hay una salida a través del autoconocimiento, del descubrimiento de las propias potencialidades, fortalezas, capacidades, que les son desconocidas y que, una vez sacadas a la luz, les ayudarán a romper ese miedo que les aísla de los demás”. En ese proceso, el primer paso a juicio de Rubio es “hacer que reconozca ese sentimiento de vacío y lo exprese”. El segundo, ejercitar su inteligencia emocional de manera que desarrolle sus habilidades sociales y supere el miedo al rechazo. “Debemos ayudarle a cambiar su actitud de aislamiento por otra que sea más activa, estableciendo poco a poco metas realizables, con actividades que le provoquen momentos de disfrute, e incluso orientarle a una labor de voluntariado que dé sentido a su vida, sintiéndose útil para los demás”.
En el Teléfono de la Esperanza ofrecen el servicio de profesionales y talleres que pueden facilitar ese camino para combatir la soledad no deseada. “Pero sin olvidar nunca que es cada uno quien tiene que comprometerse con la ardua tarea de su propio crecimiento personal. Los primeros responsables del manejo de la navecilla de nuestra propia vida somos cada uno de nosotros. Hay que superar la visión negativa que podemos tener sobre nosotros mismos, y no permitir que nos gobierne el resentimiento, la decepción o la incapacidad para perdonarnos”, afirma el presidente de ASITES. Y concluye: “Ganaremos la batalla cuando seamos capaces de estar a gusto con nosotros mismos, conservar la paz interior y, llegado el caso, aprovechar una etapa de soledad como oportunidad para madurar y crecer como ser humano”. •
Mª Ángeles López Romero

PAPÁS BLANDIBLUP
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